Por Rev. Ramón L. Aponte

Si queremos ser pueblo de Dios, y andar con Dios, debemos estar de acuerdo con Él. En primer lugar, debemos de estar de acuerdo con Él respecto del pecado. Dios declara en forma inequívoca, categórica, en las Sagradas Escrituras que todos hemos pecado, que todos hemos escogido nuestro propio camino. “Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien. Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Sal. 14:1-3).

Lo primero que nos dice Dios es que nos arrepintamos, que cambiemos de dirección. Hemos estado andando en la dirección equivocada, transitando por el camino del yo, del egoísmo. Debemos virar y abandonar ese camino equivocado, confesar y abandonar nuestros pecados, acudiendo al Señor, pidiéndole que nos perdone y nos dé la libertad por amor de Jesú

Lo primero que nos dice Dios es que nos arrepintamos, que cambiemos de dirección. Hemos estado andando en la dirección equivocada, transitando por el camino del yo, del egoísmo. Debemos virar y abandonar ese camino equivocado, confesar y abandonar nuestros pecados, acudiendo al Señor, pidiéndole que nos perdone y nos dé la libertad por amor de Jesús.

Ahora bien, existe un arrepentimiento que podríamos calificar de religioso y que solo busca eludir la sanción, librarse del castigo. Pero debemos dar un paso más, hasta alcanzar lo que podríamos llamar el arrepentimiento genuino, cristiano. Ese arrepentimiento abarca no solamente el temor al castigo, sino también una pena genuina por haber pecado contra el amoroso Padre Celestial, un dolor piadoso porque hemos ofendido a Aquel que nos amó e hizo provisión para que alcanzásemos el perdón y la limpieza.

Debemos llegar a otro acuerdo si andamos con Dios, un acuerdo respecto del señorío de Cristo. Indiscutiblemente debemos considerarlo como nuestro Redentor Salvador. Con frecuencia leemos las Sagradas Escrituras que “… todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo” (Ro. 10:13). En esta oración resaltan dos palabras. Una de ellas naturalmente es “salvo”, pero la otra palabra importante en este pasaje bíblico es el vocablo “Señor”.

Debemos ponernos de acuerdo con Dios respecto del Señorío de Cristo. Si hemos sido perdonados, si hemos nacido de nuevo, no es para que vivamos esta vida a nuestro antojo. Dios nos ha redimido y renovado para que cumplamos sus propósitos. El único descanso, paz y gozo verdaderos se sienten al encontrar nuestro verdadero lugar con relación al Señorío de Jesucristo.

Las Sagradas Escrituras afirman que Cristo cargó nuestros pecados en la cruz: “… quien llevó Él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24). Ahora bien, esta provisión se hizo para todos, en todas partes, pero no nos beneficiarán hasta que sepamos de ella y hagamos los ajustes morales y espirituales necesarios, es decir, la confesión y el abandono de todo pecado, recibiendo a Jesucristo como Señor y Salvador.

El Espíritu de Dios también se encarga de conducirnos en el desierto de este mundo; nos da el entendimiento espiritual necesario. Pero ante todo nos muestra la gloria celestial, en la cual Cristo se halla ahora. Él ocupa nuestros corazones con lo que está arriba para que en nuestras vidas se pueda ver que somos ciudadanos del cielo

Las Sagradas Escrituras declaran asimismo que Cristo no solamente cargó sobre sí nuestros pecados en la cruz, sino que también llevó los pecados de todos los hombres de todo el mundo, de toda la raza humana en la cruz. Pero esto tampoco nos beneficiará hasta que lo sepamos y hasta que hagamos el necesario ajuste moral y espiritual que significa una rendición a Dios total, incondicional e irrevocable, Jesús nos dice que equivale a tomar la cruz y seguirle. El apóstol Pablo, después de haber experimentado esta entrega, declara: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Esta crucifixión también está incluida en el andar de acuerdo con Dios.

Efesios 5:18 nos da otro imperativo: “…; antes bien sed llenos del Espíritu”. El Espíritu habita en todos los creyentes que han nacido del espíritu, pero necesitamos este revestimiento del Espíritu Santo a fin de fortalecer nuestro carácter cristiano y ser como Cristo. También el bautismo en el Espíritu Santo, que es una unción de poder, y que nos da como resultado una vida fructífera.

Un estudio muy provechoso de la Biblia de parte de cada uno de nosotros sería la búsqueda de otras formas, en virtud de las cuales es de necesidad imperativa que estemos de acuerdo con Dios, a fin de que en forma inequívoca podamos andar con Él. Amén.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *